lunes, septiembre 20, 2010

Casa I

Arreglo la sala,
engordo y acomodo los cojines
para que no se vea la mancha de café,
platicas de intensos ademanes
han dejado su huella en mi pequeña sala
que los intensos platicadores seguro ya olvidaron.

El sillón junto al piano es ideal para la vanidad
pues sentado en él te vez reflejado en el gran espejo
sin que nadie más lo note,
tiene un eco muy peculiar esa esquina
que mancha a las voces bajas con valentía.

Conservo el decorado frasco inglés que me regaló una amiga,
espero si sea inglés, aunque a mi imaginación ya no le importa,
lo conservo pues una vez entusiasmada por su origen
tomaste el frasco y lo veías a detalle, le buscabas voz, su historia,
después de dejarle en su lugar, lo cerré fuerte,
no lo he abierto, sé que guarda todavía tu entusiasmo.

Hay un florero un tanto grande aunque discreto
que enciende la mesa de centro,
podrían decir que limita la visibilidad entre los platicadores
pero esa tenue barrera les permite hablar con libertad
como si fuera un pódium el florero.

La chimenea no funciona y yo no sé tocar el piano
pero me da seguridad tenerles ahí,
una pianista melancólica me pedirá refugio,
se alegrará muchísimo cuando vea el piano,
y como hace frió me pedirá un café
que seguro inaugurará una noble mancha más en la sala.

Tengo un LP de música barroca con portada ro-cocó,
seguro abrirá platica el disco, pero terminaré poniendo bossa,
qué pena me vean cuando escucho a los clásicos,
es inevitable,
me posesiono y canto aunque no tenga letra,
mejor algo de bossa que no me prende tanto.

Puedo ver el jardín desde la sala,
me agrada que no se corte tan seguido el pasto,
verlo crecido, lleno de vida, también es lindo,
cuando está muy cuidado
le hallo parecido a un caniche recién salido del salón
y tanta pomposidad arruina el romanticismo del jardín.

Arreglo la sala,
hago lo posible porque no se vean las manchas,
haga lo posible por crear nuevas.

Jorge Santana

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