sábado, agosto 02, 2008

Lunes

Me iré por un callejón obscuro de vez en cuando,
tomando una avenida sin nombre
he de llegar a la claridad prometida en los besos confundidos,
se acercará alguien para pedirme un abrazo
y yo le daré una red de sentimientos
que atrapará los pájaros que levantan las fantasías.

Una paloma que salió de la rutina
se sienta en mi ventana entonando un aleluya que no tiene dios,
simplemente alaba la nada
y sonríe ante la redondez claustrofóbica del mundo.

El hada que se lleva los dientes de los niños me regaló varios,
blancos como la pureza de una falda con estampado de bolitas,
puse los dientes en las cuatro esquinas de mi ventana
y cuando les da el sol, sirven como reflector
que persigue mi humor de francés soberbio que escucha música electrónica
y espanta la paloma semi-religiosa.

Una bandana en mi cabeza con colores que ciegan la mirada
me abre paso entre las multitudes,
soy como mantequilla en la piel del cactus, abrazo su espina
pero me escurro y no me pincha.

Me enamoro y después el amor se me pierde
por lugares que visito frecuentemente,
me lo encuentro de nuevo,
pero a veces no le reconozco la cara, ni el olor, ni el alma,
y pasa desapercibido,
extravío mis ojos en la llamarada del ocaso,
no los quiero de vuelta,
extravío mis brazos en la almohada y los encuentro después en tu puerta,
dormidos,
soñando con el ruido de esferas que caen del pino.

Tu puerta entreabierta, siempre entreabierta,
pero yo, por educación, toco el timbre que ya no funciona,
nunca me atrevo a entrar,
y el calendario ve que se me va la vida y le inventa días nuevos a la semana,
pero el tiempo no se los cree, porque se llaman como sus postres favoritos.
¿Cómo no creer que después del domingo
nos merezcamos un día que se llame cereza?.

Jorge Santana

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