Con su espada de brillos meticulosos
el sol atraviesa las nubes tiznadas,
encaja en mi memoria su alfiler dorado
despertando a mi ansiedad de sus hamacas profundas.
Los minutos ya no tienen frío
y conforme pasa el tiempo
en fila, uno por uno me dejan sus zarapes en mi espalda
como víbora que muda de piel,
los minutos corren por la noche
y su pelo vuela y se enreda con encrucijadas.
El cántico amarillo de los faros
se entrega a los mezquites
que ya tienen su fruto disponible,
los nopales lucen frescos
por tener su infancia amarrada
como si fuera un perro salvaje.
Jorge Santana
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