Estrellado en lo alto
cerca del viento, su nombre:
sábana fresca en el tendedero marino,
atado a la esquina de mi pecho
donde tiembla el aroma de un naranjo.
Sobrevuela su nombre el tejado de mis uñas
y se sienta en la orilla, felino cantor de la noche.
Nombre que empieza con la letra de todos los naufragios
y acaba con la promesa de un reencuentro.
En su centro, un imán circular y delgado
atrae los aviones de papel, las moras,
atrae las cosas que se hicieron con el alba,
los rayos despejados que abordan las mejillas.
Pronunciarlo en el cuello de la madrugada
tiene otros vuelos que a las 3 de la tarde,
a una hora precisa se suspende en los espejos
y al respiro siguiente
se deshace como arena en manos apacibles.
Una curva en su nombre lo vuelve pronunciable
en esos caminos estrictos del vacío,
alguna de sus letras fue yegua dorada
que entró de contrabando a los jardines secretos.
Su nombre es el guante espumoso
que sobrevive palpar la tristeza,
su nombre resguarda la frontera
de mis torbellinos transparentes.
Jorge Santana
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